Spiga

La letra para el Himno Nacional

Considero imprescindible reproducir en su totalidad el artículo de El Confidencial sobre los trabajos para dar letra a nuestra Marcha Real. Es buenísimo, buenísimo. Espero que Jesús Cacho y el resto de personal de El Confidencial no se enfaden por que corte-y-pegue, pero es que me parece genial y no lo puede evitar.
Aquí va:


"Bien, vamos a tomarnos en serio de una vez esto de la nueva letra para el Himno Nacional de España porque el asunto ha llegado ya a los albañales televisivos del Tomate y del Wyoming (quién te ha visto y quién te ve, oh sombra de lo que eras, convertido hoy en un pudridero televisado; supongo que el director de tu sucursal bancaria estará besando por donde pisas, como dijo en su día el prostituido Javier Sardà); decía que vamos a poner orden en esto del Himno nuevo porque las cosas están llegando demasiado lejos. Así que actuemos científica y didácticamente. Síganme sin miedo.

1. CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA

El Himno Nacional de España no tiene letra por dos razones. La primera es que no está pensado para tenerla. La segunda es que nadie la ha inventado, porque aquí no somos ingleses. Me explico:

Si hay que hacer caso a la tradición (y ya dijimos la semana pasada que siempre conviene hacer caso a la tradición; si no acaba uno por llevarse unos disgustos espantosos), la Marcha Real, Marcha Granadera o Marcha de Granaderos fue el regalo de boda de un rey a otro. Federico Guillermo I de Prusia, llamado el “Rey sargento”, tenía verdaderas dotes para la interpretación musical, sobre todo con la flauta. Aunque no tenía tantas luces para la composición, pero esto él no lo sabía y desde luego nadie se lo dijo, así que, cuando su sobrina y ahijada María Amalia de Sajonia se casó en 1738 con el jovencísimo y narigón rey Carlos VII de Nápoles, el monarca prusiano regaló a los novios… ¡una partitura suya! Oooh, qué detalle. Se trataba de una brevísima tontería, en realidad un toque militar de “llamada” como hay tantos, y estaba pensado para que lo hiciesen sonar pífanos (pequeñas flautas de sonido agudo) acompañados de tambores. Nada más. De ahí su increíble simplicidad melódica, su carencia de modulaciones, su hipotético “bajo” con sólo dos notas (la tónica y la dominante, no hace falta más) y su brevedad. En realidad se trata casi de un toque militar para corneta. No tiene más ambiciones. Ni el talento del rey alemán daba, la verdad, para otra cosa.

Pero era pegadiza. Eso no lo duda nadie. Y al rey Carlos le gustó. Cuando en España se murió Fernando VI (fue en 1759) y su hermano Carlos VII de Nápoles pasó a ser Carlos III de España, se trajo con él la chorradita musical del egregio tío prusiano. Ya sale en las Ordenanzas Militares de Manuel Espinosa, en 1761. Y nueve años después, Carlos III, en un conmovedor arrebato sentimental, decidió elevar a la dignidad de “Marcha de Honor” aquella cosita tonta del pelmazo tío Federico. El motivo era emocionante: cada vez que oía aquella cosa tan delicada se acordaba de la boda con el amor de su vida, la reina María Amalia, que se había muerto en 1760. El desolado Rey nunca se volvió a casar y aquella marcha para flautín, a fuerza de ser interpretada cada vez que Carlos entraba o salía de un acto oficial, acabó tomando carácter de “Marcha Real”. Y así hasta hoy. Naturalmente, sin letra: cómo la iba a tener un toque militar.

(Paréntesis por lo que decíamos antes: tampoco tiene letra oficial el himno británico. El también simple pero bellísimo God save the Queen es, en realidad, una melodía de autor desconocido que surgió, se supone, a principios del siglo XVIII. Nadie sabe quién puso la letra y ésta jamás ha sido reconocida como himno oficial por el Parlamento, pero la gente la hizo suya y todos la cantan –también los reyes, por supuesto– desde entonces. Pero aquí no somos ingleses y 1.- Nadie ha logrado ponerle a la bobadita de tío Federico una letra que cuaje. 2.- También es verdad que la bobadita del tío Federico no puede compararse, musicalmente, con esa joya que es el himno inglés).

2.- PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

Muchos poetas y escritores han tratado de ponerle letra a la Marcha Real. El egregio Ventura de la Vega trató de imitar el God save the Queen: hizo sólo cuatro versículos y se la pegó, nadie le hizo caso. El venerado Eduardo Marquina, a principios del siglo XX, volvió a intentarlo: “Gloria, gloria, / corona de la Patria, soberana luz / que es oro en tu Pendón. / Púrpura y oro: bandera inmortal / en tus colores, juntas, carne y alma están”. Aquello era una cursilada insoportable. Además, con lo del oro y lo del pendón la gente se reía muchísimo, porque todo el mundo sabía de los dinerales que se gastaba el rey Alfonso XIII (un pendón desorejado) con sus diversas amantes, a alguna de las cuales quiso con toda su alma y de ahí el insufrible tío Leandro y otros daños colaterales.

Tercer intento: en tiempos de Franco se puso al asunto nada menos que José María Pemán, a quien la historia señalará siempre con su dedo inexorable por haber perpetrado aquello de “Viva España, / alzad los brazos hijos / del pueblo español / que vuelve a resurgir: / gloria a la Patria que supo seguir / sobre el azul del mar / el caminar del sol”. Sólo Les Luthiers, con aquella obra maestra de “Ya el sol se asomaba en el Poniente, / ya el cóndor surcaba el firmamento” (melodía del coronel músico Nepomuceno de Alfa con letra del coronel de cocina Lamberto Loplatto, dicen) lograron superar aquella chundachundez en verso patriótico-marítimo-terrestre-estratosférico.

Hoy el problema es otro. La Marcha Real sigue sin letra, pero la gente del deporte no lo puede soportar porque, cuando sale al campo la selección española, todos los demás cantan su himno y nosotros no. Eso es un urgente, ¡inaplazable! asunto de Estado.

Comparemos. En los estadios, los alemanes, que no tienen ningún problema con su identidad nacional y con su conciencia de alemanes, cantan una bellísima melodía de Franz Joseph Haydn con una letra cuidadosamente desmochada de sus adherencias ultranacionalistas, pero que expresa un hermosísimo amor por Alemania. Los británicos, con su maravilloso Anthem, entonan unos versos que parecen escritos por un niño de seis años, pero que convocan a todos los conciudadanos en torno la figura cardinal e indiscutible de la Reina. Los franceses, que se sienten todos absolutamente franceses (bien, hay diez doce corsos que no) sin dificultad, se arrancan con La Marsellesa, que tiene el récord mundial de sanguinolencia en verso sobre pista cubierta.

Los italianos vibran con el operístico Fratelli d’Italia, un canto desgarrado contra la división de los italianos (no olvidemos que italianos ha habido siempre, pero que Italia, como Estado, es apenas adolescente: nace en 1870) y que fue declarado himno nacional hace tres años. Y no les pasa nada, ¿eh? Los rusos, que se han vuelto más rusos que ningún otro ruso en la historia desde el zar Iván el Terrible, no han tenido la menor dificultad en recuperar la estremecedora partitura de Alexandr Alexandrov, compuesta para himno de la Unión Soviética: es, sin duda, una de las más bellas del mundo. ¿Saben qué? El mismo poeta que escribió la letra “estalinista”, Sergei Mijalkov, no tuvo el menor problema en sentarse al ordenador para redactar, ya anciano y exactamente sobre las mismas notas musicales, la letra “putiniana” que hoy se canta, y que dice: “Rusia es nuestra patria sagrada, / Rusia es nuestro amado país”, etc.

Vamos, por Dios: hasta los belgas de hoy, que son lo menos belga que ha parido madre desde que Julio César los definiera como los más peligrosos de todos los bárbaros, saben salvar sin la menor dificultad sus diferencias identitarias entre valones y flamencos cuando suena La Brabanzona, cuya letra, escrita a principios del XIX por Dechet, es una cura de mulo contra la más leve décima de fiebre nacionalista: “Oh Bélgica querida: / ¡Para ti nuestros corazones / y brazos y sangre, patria sagrada! / ¡Todos juramos que vivirás, / vivirás para siempre, grande y hermosa! / Oh tierra de unidad irrompible, / sé siempre tú misma insubyugada”. ¿Se imaginan que algo así se cantase aquí?

Los españoles, si queremos huir del “Lo-lo-lo-lo” que se corea en los estadios con la música del tío Federico (también está la versión “La-la-la-la”, de tradición mucho más antigua y eurovisiva: véase Massiel), nos enfrentamos a un problema que no tienen ni ingleses, ni alemanes, ni franceses, ni italianos, ni rusos, ¡ni los belgas!: hay que hacer un himno que se pueda cantar y que contente a todos. Y en el primer lugar de ese todos están los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, que rechazarán instantáneamente cualquier alusión a España, a la patria, a la unidad, a la Corona, y hasta a la geografía. Eso, que no pasa en ningún otro país del mundo, ¡ni siquiera en Serbia!, aquí es evidente (tendríamos que ponernos de acuerdo en el significado de la palabra aquí). Si ya hay futbolistas gilipollas que, convocados a la Selección Española, doblan las medias del uniforme futbolístico cuando salen al campo para que no se les vean las franjas con la bandera nacional, pues va a ser francamente difícil redactar una letra que contente a todos. Pero para eso estamos aquí.

3.- DESARROLLO DEL PROBLEMA

La letra del Himno Nacional de España tendría que atenerse, pues, a las siguientes condiciones:

3.A.- Huir de lo que durante cinco siglos ha sido evidente pero ahora es volátil y fungible, cuando no francamente odioso para algunos: no se deben usar las palabras España, unidad, historia, patria, concordia, todos, nosotros, rey, república, Constitución, lealtad, sangre, pueblo, democracia o hermandad. Todo eso es peligrosísimo. La palabra “consenso” se desecha también por antigua y carente ya de significado real. “Armonía” es cursi. “Progreso”, que aparece en tantos himnos latinoamericanos, sería inmediatamente tachada por el PP y por el cardenal Rouco Varela; este último vetaría también “alegría” o “amor” si no hay alusión explícita a Dios, y “libertad” en cualquier caso.

3.B.- Deben usarse, pues, términos que aludan no a esas zarandajas antedichas, sino a lo que todos verdaderamente compartimos; a lo que jamás cambiará ni periclitará, por más años que pasen; a lo que existirá siempre y a lo que todos los ciudadanos de aquí (esos que en el resto del mundo reciben el nombre de “españoles”) admitimos como realidades evidentes e incontrovertibles, como hechos inmutables que nadie, sean cuales sean sus opiniones en todos los órdenes de la vida, negaría jamás. Para el Himno Nacional deben hallarse, pues, términos y expresiones eternas, que tendrán vida y vigencia para todos durante decenas de generaciones, que reflejen lo esencial y lo inmutable del pensamiento común; palabras que reflejen una realidad que durará para siempre por encima de los más diversos avatares puedan depararnos los siglos venideros.

4.- SOLUCIÓN DEL PROBLEMA

El Instituto de Estudios Incitáticos, después de larguísimas deliberaciones y teniendo en cuenta todo lo antedicho, propone como nueva letra del Himno Nacional de España los siguientes versos, que habrán de cantarse con la música de la “Marcha Real”:

Barça, Atleti,
Sevilla, Zaragoza, Betis, Real Madrí,
Valencia y Alavés,
Depor, Mallorca y el Valladolí,
y a ver cuándo dimite Luis Aragonés.

De nada, de nada. Para eso estamos.

Ilustraciones de Julio Cebrián"

Fin. Es cojonudo.

2 coments:

Anónimo

junio 12, 2007 2:00 a. m.

he podido leer en dias pasado una entrevista a Alvaro Pombo (socialista de Pro) como discrepaba con su partido sobre el himno, decia que siempre ha tenido letra y que tenia que ser la misma que en tiempos de franco, por que no ofendia a nadie, solo era patriotica que es como tiene que ser un Himno

saludos

Ramón Montero

junio 12, 2007 7:05 a. m.

Gracias por la referencia, no conocía la entrevista al escritor, aunque no se si la letra del Himno de José María Peman llegó a ser oficial. De todas formas, que la idea parta del COE y cuente con la participación de la SGAE no da muchas garantías de que salga algo que guste mucho.